Las honduras todas de tu cuerpo, todas mías, el dejar de ser dos, tu piel intacta eternamente intacta. El sabor de tus ojos, mis dedos buscan la omnipresencia. Las uvas maduran verdes y su piel y tu piel son inseparables, y es mi piel al fin. II Los sueños que sueño cuando estoy despierto, el plan que sucumbo si duermo, la ferocidad de tu papel de ama, tus ojos de los que sólo yo soy dueño. La piel que extraño aun en tacto, la voz que susurra en tu silencio, el fulgor del corazón que me arrastra al fondo del cuerpo en que vivo inmerso. Sentir por vez primera fuerzas. Así, tan colosal, tan brutal, tan sin razón. Así tan impresionante, tan magnífico, así de inexorable mi amor. No hay miedo, típico obstáculo mundano, que irrumpa la frecuencia que me invade, lo tan poco mundano que es amar. La inocencia que tu vientre me deshace. III En tu lado queda por suerte, a mi lado de tus ojos la luz. Como tus ojos indescifrables, como el miedo que me muestran sin hablar. Es que tu estampa me impregna mieles nuevas que me lloran. Es mi lengua que halla en todo a vos, es tu cuerpo indefenso al paso del hombre que lo explora. Es que tal pacto se sabe si se ama, es que tus ojos quedan blancos de luz; es que tus manos me apuntan como a un fusil a tu áureo castillo sin fosas. Hermosa mujer, hermosa vida, vida mía. Hermoso nuevo ser que vive en mí. IV Entre las manos ocurre que uno al fin descubre, un día, dónde acaba la razón. |
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